Amor en Braille

30 años antes...

Una calurosa mañana de julio de 1987, era domingo, el sol madrugó y se coló por mi ventana, dejé la pereza junto a las sábanas y mi pijama, tomé la toalla y pasé a ducharme. 

Veinte minutos más tarde salí de la ducha, cepillé mis dientes frente al espejo y me miraba como quien se siente orgullosa de su ser más que nada en el mundo, sequé las últimas gotas que recorrían mi cuerpo, me puse un vestido azul, ese que tanto me gusta, como de costumbre no me peiné, ni me maquillé, solo me rocié un poco de ese pequeño perfume con aroma a jazmín que me hace sentir como una diosa.

Salí a caminar un rato, por un momento recordé que a tres cuadras de mi casa hay una biblioteca, pero no es cualquier biblioteca, no es una común y corriente, es al aire libre, tiene el aspecto de un café situado en una especie boulevard, rodeado de un espectáculo de bonsais gigantes y frondosos como salidos de un cuento de hadas, a simple vista el lugar ya parece mágico. Los estantes están ubicados en forma de laberinto, organizados por géneros literarios y ubicados alfabéticamente por el apellido del autor.

Caminé despacio hacia las filas de Mitología Griega, ese día quería leer la historia sobre el Juicio de Paris, no podría precisar en este momento el autor porque la verdad hay muchas adaptaciones en distintas obras y cada una por un escritor diferente, pero la única referencia que puedo darles con certeza es que la imagen de la obra fue retratada por el pintor Alemán Rubens, Pedro Pablo, para ser sincera en algún momento creí que él era el escritor de la historia, pero no es así.

Mientras busco mi texto y antes de comenzar a leer mi libro elegido escucho una voz que dice: 

-"Amelia, búscame por favor el Jucio de Paris" -Era exactamente la historia que yo estaba buscando-. 
Volteo y veo a un hombre de estatura promedio, de unos 25 años aproximadamente, estaba sentado de espaldas con una camisa blanca tipo polo y un pantalón en dril negro, mientras le respondo:
   -No soy Amelia, pero acabo de encontrar el libro que acabas de pedir, lamentablemente hay un solo ejemplar y casualmente es el que yo estaba buscando para leer -Yo había encontrado un ensayo escrito por Assela Alamillo Sanz, una Filóloga y Escritora Española-.
-¿Uno solo?, -preguntó aquel hombre-, es imposible, de cada ejemplar hay una copia en Braille, no te conozco, pero hazme un favor, busca a Amelia y pregúntale que si de ese ensayo tiene la copia. 

El hombre siempre estuvo de espaldas, en ningún momento vi su rostro, pero justo en ese instante me di cuenta que era ciego, inmediatamente busqué a Amelia, la bibliotecaria, ella me dijo que lamentablemente no tenían la replica en Braille, de repente se me prendió el foco y se me ocurrió una gran idea.

Me acerco hacia el hombre de camisa blanca y le digo:
-Hola, soy...
   -Ya sé quien eres, -responde él- eres la mujer que estaba detrás de mí buscando el mismo ensayo que yo preciso leer, y no te asustes, te reconozco por el timbre de tu voz y por tu perfume con aroma a jazmín.
Me quedé muda por un instante, después de varios segundos le dije:
-El Juicio de Paris no tiene réplica en Braille, pero si me permites puedo sentarme en esta mesa y leerlo en voz alta, solo si quieres.

Él no dudó un segundo e inmediatamente aceptó, no pude evitar sonreír.

No fueron más de treinta minutos de lectura, pues es un mito corto, que se puede encontrar en algunos libros muy reconocidos como la Iliada de Homero, el cual, fue el siguiente libro que él escogió para leer, acto seguido me retiré y me senté en otra mesa a leer Orgullo y Prejuicio de Jane Austen (uno de mis libros favoritos).

Al caer la tarde, después de suspender mi lectura quise despedirme de él, pero ya no estaba, me acerqué a Amelia y me dijo que ya se había ido; entonces, le pregunté cual era el nombre de aquel muchacho, ella me respondió con un tono casi como si me estuviese pidiendo que guardara un secreto, y suavemente al oído me dijo: "Pablo", le dije: "Gracias" y con una gran sonrisa me despedí.

Al llegar a casa contaba las horas para que el día terminara lo más pronto posible, para que amaneciera y poder volverlo a ver, pues guardaba la esperanza que al día siguiente también estuviera ahí.

Al día siguiente llegué a la biblioteca y sí, él estaba ahí, me acerqué y me senté sin pronunciar una sola palabra, el suspendió su lectura y dijo: 
-Eres tú.
 Mientras mis ojos se abrieron más grande de lo normal por lo sorprendida, le dije: 
  -Mucho gusto, ayer me ganó mi mala educación y no me presenté, mi nombre es... 
Sin dejarme terminar dijo:
-No te preocupes, "An-gélica" -Pronunció mi nombre semi-pausado, antes de que yo se lo dijese-, la verdad es que habitualmente no vengo a este lugar los jueves, pero hoy vine aquí con la única intención de volver a escuchar tu voz. -Enmudecí mucho más que el día anterior, hoy no sabía que decir, no podía modular una sola palabra-.
-No te quedes en silencio, por favor, me dijo, ya tengo suficiente con no poder verte, si no te escucho no tendría sentido estar aquí, escoge el libro que desees y léelo en voz alta para poder escucharte.
En ese momento le dije:
  -Ayer comencé a leer Orgullo y prejuicio, podría comenzarlo nuevamente, si quieres.
-Por mí no te preocupes, retoma tu lectura donde la dejaste, para mí eso es suficiente.

Al término de dos horas, veinte minutos y doce segundos terminé de leer, nos quedamos en silencio por un instante, él rompe aquel silencio y dice:
-Es la segunda vez después de muchos años que alguien lee para mí, pues la primera vez fue ayer, ya hasta había olvidado que se siente escuchar que alguien me lea, la última vez creo que tenía siete (7) años, al pie de mi cama estaba mi madre y yo a punto de dormir.

Cada palabra que él pronunciaba causaba una extraña sensación en mí, que me dejaba perpleja y sin saber que responder.

Decidí levantarme de mi lugar y le dije: 
-Tengo que irme
  - Mi intención no es asustarte, pero si quieres irte eres libre de hacerlo.
-Nos vemos mañana. -Me despido fríamente-. 

Y así pasaron los días, nos poníamos citas en nuestros ratos libres para leer o para hablar de cualquier cosa que se nos ocurriera, aquel lugar se convirtió en nuestro lugar de siempre.

Un día de forma inesperada agarré su mano, si dudar y sin temor alguno le dije:
-Sabes algo... Aunque llegase el día en que no pueda verte de nuevo, saber que existes siempre me hará muy feliz, pero quisiera que ese día nunca llegara.
    -Yo me encargaré de que ese día nunca llegue, -me dijo- aunque no pueda verte sonreír, sé que lo haces, puedo sentirlo y nada me hace más feliz que saber que nosotros somos el motivo.

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Han pasado treinta años... Pablo, nunca más volvió a leer en Braille, al menos no estando junto a mí, me convertí en sus ojos y en sus dedos, cada día leo para los dos, sus manos se aprendieron de memoria mi cuerpo y aún así no se cansan de recorrerlo cada noche y cada mañana, o un domingo de lluvia por la tarde.

Por primera vez sentí que alguien me veía y no solo me miraba, pude volver a creer, volví a confiar, sin tener dudas de si me querían o no. No volví a tener miedo, encontré lo que nunca busqué y no volví a tener ganas de conocer a nadie más.

También pude entender de manera literal que "Lo esencial es invisible a los ojos" tal como me lo enseñó Antoine de Sainti-Exupery en El Pricipito.

Me enamoré de alguien que vio en mí algo que ni yo misma nunca podré descifrar.

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