EL BARCO


Desperté, y fue como decirle a la vida "Sí"... Sí me atrevo, sí me arriesgo.

Tenía solo 7 años de edad, mi padre, un marinero de alta mar, por quien crecí amando cualquier medio en el que pudiera navegar sobre o bajo el agua, desde canoas, balsas, kayaks, yates, buques, submarinos,  entre otros, pero sobre todo en barcos.

"El Kilate" fue la primera embarcación grande que conocí, era El Barco de mi padrino, pasó de ser un simple medio de transporte para convertirse en nuestro hogar, mamá falleció cuando nací, entonces solo éramos mi padre, mi padrino y yo.

El mar siempre causó fascinación en mí, cada mañana me bañaba durante horas en él, al subir al barco siempre procuré estar cerca a los veleros, nunca recogí mi cabello para que cada que el viento soplara, rozara y acariciara mi rostro, también me gustaba sentarme al bordo de algunos botes cuando al barco le hacían mantenimiento, era mágico meter la mano en el agua y sentir como se colaba a través de mis dedos.

A la edad de 15 años me gradué de bachillerato, le dije a mi padre que no quería ir a la universidad, desde ese momento ya sabía que quería dedicar mi vida a navegar. Una noche senté a los dos, a mi padre y a mi padrino, les dije que soñaba con ser la capitana de mi propio barco, ambos en el tono más cortante que cualquiera se pueda imaginar me dijeron que "NO" eso nunca, jamás una mujer podría ser tripulante de un barco.

Debo admitir que para esa fecha yo era un poco sensible, aunque me dolieron sus palabras no derramé una sola lágrima, me acosté a dormir y en medio de mi sueño me juré ser la primera mujer tripulante de un barco en alta mar.

A partir del día siguiente, madrugaba un poco más a nadar y antes de que mi padrino comenzara a navegar su ruta diaria, barría, limpiaba, trapeaba, sacudía por completo la embarcación y era la primera en estar en la cabina, me sentaba justo al lado de la tripulación a la espera del capitán, mi padrino solo sonreía al entrar y verme ahí, permanecía todo el trayecto en silencio, miraba cada movimiento con atención y escuchaba atenta a las historias que él me contaba en su ir y venir cuando el mar estaba en calma o furioso.

Cuando caía el sol y terminábamos el recorrido me encerraba en la biblioteca del barco a leer todo sobre embarcaciones, pesca y marineros, era lo que me apasionaba. Así lo hice durante años, hasta que un día mi padrino enfermó, pero aún así nunca se alejó de su tripulación, hubo un día en el que ya no podía más, sus manos estaban cansadas, se fue con mi padre a la clínica más cerca del puerto, ese día tuve la osadía de arriesgarme y sin su consentimiento me senté en la silla del capitán, me puse el gorro de capitán de mi padrino y arranqué, completamente sola.

Aunque no tenía experiencia porque era mi primera vez supe hacerlo a la perfección, pero estuve 20 días perdida en el Océano Pacífico, por fortuna tenía combustible suficiente.

Cuando regresé al puerto mi padre y mi padrino no sabían que hacer primero, si felicitarme o regañarme, puesto que aprendí a tripular sin que nadie me lo enseñara.

A los tres días mi padrino falleció, dejando "El Kilate" a mi nombre, desde ese día toda mi vida cambió, mi padre había envejecido lo suficiente, no estaba en capacidad física de tomar el lugar de mi padrino, entonces la única capitana del Barco era yo.

Le dije a papá que no quería continuar con la misma ruta de mi padrino, que quería recorrer los 5 continentes aunque se me fuera la vida, aunque pasaran décadas y si he de morir lo haría en el barco y que mi cuerpo fuese arrojado a lo más profundo del mar, pero dos años después mi padre también falleció, solo quedamos El Barco y yo.

Ya no tenía quien me contara historias de náufragos ni de marineros enamorados que se separan en los muelles, ni de sirenas imaginarias, ni de faros en medio de islas, ni nada que me hiciera soñar, mis lágrimas eran lágrimas de mar, eran tan saladas que se confundía con el agua del océano.

Un día cualquiera fui a parar al puerto fluvial de Viena, donde conocí algunos capitanes de otros barcos, pero jamás me atreví a compartir el mío con ninguno, creo que no es difícil imaginar que yo era la única mujer en una tripulación, la mayoría de ellos iba acompañado, yo iba sola, pero tampoco necesitaba compañía, un día de repente uno de ellos dejó su embarcación y decidió viajar conmigo sin ni siquiera contar con mi aprobación. 

Puedo decir que el primer año junto a él fue uno de los mejores de mi vida, tanto que llegué a pensar que no podría haber encontrado mejor compañía, pero en el fondo sentía que algo hacía falta porque nunca me atreví a contarle ninguna de las historias que de pequeña me contaron los dos capitanes de mi vida, fue pasando el tiempo y sin darme cuenta dejé de ser la capitana de mi Barco, él llevaba la dirección, un día desperté y había perdido mi rumbo, es más, ya estaba de regreso al punto de partida, aquel capitán improvisado no me dejaba avanzar.

Fueron años donde la marea golpeaba sin descanso día tras día, noche tras noche en las ventanas de nuestra habitación, las fuertes lluvias eléctricas me hacían pensar que en cualquier momento nos íbamos a hundir, muchas veces le pedí que se bajara, que me dejara continuar y siguiera su rumbo.

Siempre buscaba la forma de hacerme cambiar de opinión y lamentablemente, no sé como, pero lo lograba.

Una mañana no me aguanté, por más que lo pensé tomé la decisión de arrojarlo al mar, no sé si los tiburones merendaron con él y tampoco quiero saberlo, no puedo negar que sufrí como aquella niña que un día perdió a su padre, pero una vez más pude ponerme de pie y secar mis lágrimas.

A partir de ese momento retomé la dirección del Barco, evité a toda costa recoger pasajeros durante mi recorrido, no necesité compañía de nadie más, dejé de confiar, dejé de creer.

No sé como pude enamorarme de alguien que nunca vio la belleza de las olas.

Hoy estoy aquí, quizá esperando a alguien que quiera continuar este viaje junto a mi, alguien que no pretenda cambiar la dirección de mi Barco y que entienda que El Barco no necesita más de un tripulante, porque no dudaré en echar su cuerpo a los tiburones.
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Anyer Lorena Mosquera Sánchez, Abogada
Especialista en Derechos Humanos, con enfoque de género
Vocera de Feminismo Artesanal

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